Hablamos con Samuel Gil, inversor en Venture Capital en JME Ventures y responsable de la super newsletter Suma Positiva.
En 1894 expiró la patente original del teléfono inventado por Alexander Graham Bell, lo cual abrió el mercado a la competencia y se crearon más de 6.000 nuevas compañías centradas en proveer servicios telefónicos.
Esto generó un importante varapalo para la Bell Telephone Company, que se resintió notablemente a nivel económico.
Unos años después, en 1907, Theodore Newton Vail volvería a la presidencia de la compañía, que por aquel entonces ya sería AT&T y planteó un interesante enfoque: “Una política, un sistema, servicio universal”, que formaría el mantra de la compañía durante los siguientes 70 años.
El objetivo de Vail era comprar e integrar las compañías más pequeñas para crear un servicio global e interconectado. El valor de la red de teléfonos era mayor cuantas más compañías se integraran porque habría más teléfonos conectados, más gente a quien llamar, más gente usándolo…
Con esto nacería el concepto de Network Effects o efectos de red, un concepto que ayuda a entender el por qué del crecimiento exponencial de muchísimas tecnologías. Cuando un sistema tiene efectos de red, su valor como tecnología crece a un ritmo mayor que el número de nodos hay en la red.
Y esto lo vemos fácilmente con el ejemplo del teléfono. Si solo hay dos personas (A y B) en una red telefónica, solo puede haber 2 llamadas: o A llama a B o B llama a A.
Si se introduce un tercer usuario, C, en la red, de repente tenemos 6 posibles llamadas: A llama a B, A llama a C, B llama a A, B llama a C, C llama a A, C llama a B.
Con un solo nodo más hemos multiplicado por 3 las posibilidades, y el crecimiento del valor de esta red, medido por las posibilidades que ofrece a nivel de comunicación, sigue creciendo exponencialmente.
Cuando conoces el concepto de los efectos de red y empiezas a mirar a tu alrededor, te das cuenta que la mayoría de las tecnologías o servicios que ganan popularidad, tienen en su core algún tipo de efecto de red.
Y esto sucede desde tecnologías tan arcaicas como pueda ser el propio lenguaje. El valor de un idioma crece exponencialmente con el número de hablantes, por eso el inglés es el idioma más útil del mundo a pesar de no ser la lengua madre de más hablantes. El hecho de que haya más de 1.500 millones de personas en todo el mundo que sean capaces de hablarlo, le aporta un valor de utilidad que ningún otro lenguaje tiene a día de hoy.
Facebook y cualquier red social son un claro ejemplo de ello, ya que no dejan de ser una evolución adaptada a la actualidad de los teléfonos: cuanta más gente hay en la red social, más valor aporta, hasta el punto que si no estás en la red, estás prácticamente excluído de parte de lo que pasa en tu entorno.
El caso de Amazon y otros marketplaces también es un claro ejemplo de efectos de red, aunque en este caso hablamos de efectos de red en dos direcciones. Cuanto más usuarios compran en el Marketplace, más atractivo es para los vendendores vender sus productos ahí. Y cuantos más vendedores venden, más productos distintos tengo, mejor oferta de precios y por lo tanto atraeré a más compradores.
Exactamente lo mismo pasa con los servicios que llamamos de economía colaborativa, como pueda ser Airbnb o Uber. Pongamos el caso de Airbnb: cuantos más usuarios utilicen el sistema, más interés habrá para los dueños de los alojamientos para ponerlos en la plataforma. Y cuanta más oferta de alojamientos, más interesante será para los usuarios ir a esta web a buscar donde dormir.
Ahora bien, la parte positiva de estos efectos de red también se puede ver como un aspecto negativo al arrancar la red. Inicialmente no tienes red y por lo tanto meter los primeros nodos, ya bien sean usuarios, vendedores o alojamientos, resulta mucho más complicado porque en esos momentos el valor de la red es prácticamente 0.
Y tal y como dice Robert Wright en NonZero, estas nuevas tecnologías que están apareciendo permiten e incitan a nuevas y más interesantes formas de interacción con suma no cero. Y entonces, debido a razones que están intrínsecamente ligadas a la naturaleza humana, las estructuras sociales evolucionan para darse cuenta de este gran potencial que convierte situaciones de suma no cero en suma positiva.