Entrevistamos a Eduardo Ortiz de Lanzagorta Gonzalez y Dani Seijo, fundadores de Fuell.
Los bancos y las entidades financieras, llevan años creando distintos tipos de negocios en torno al crédito. Formulan productos financieros que se basan en una máxima fácil de entender: te dejo dinero para que compres lo que sea, y tu me lo devuelves con intereses.
El concepto de crédito no es nuevo, ni de lejos, ya que encontramos ejemplos como el código Hammurabi en Babilonia allá por el 1792 antes de cristo, pero es verdad que esos sistemas eran muy variables y dependientes de cada región.
A finales del siglo 19 era ya muy común que las tiendas ofrecieran compra a crédito a sus clientes habituales. Para ello, cada cliente tenía una moneda o medalla que incluía el nombre y logo del vendedor, así como el número de cliente. Cuando se hacía una compra, se enseñaba la medalla o moneda y así el tendero podía hacer el debido seguimiento.
Allá por 1930, estas monedas y medallas empezaron a evolucionar a unas placas metálicas rectangulares que eran más pequeñas en tamaño que las tarjetas de crédito actuales, pero que ya se iban acercando en forma.
Entre los años 40 y 50, surgieron varias iniciativas para permitir que estas tarjetas metálicas pudieran ser utilizadas en distintos comercios. Uno de los primeros ejemplos fue la Air Travel Card, que permitía a los viajeros comprar tickets de avión en distintas aerolíneas.
En 1950 nacería el concepto de tarjeta para pagar, gracias a Ralph Schneider y Frank McNamara, que fundaron Diners Club. Esta fue la primera tarjeta de propósito general, pero requería que los clientes pagaran todas sus deudas a final de mes.
Posteriormente, American Express y otros players empezarían a añadir el concepto de gestión del balance en las tarjetas. Esta fue la innovación final necesaria para crear el producto financiero que a día de hoy llamamos tarjeta de crédito.
Pero en 1980 pasó algo que cambiaría el destino de las tarjetas de crédito y influenció nuestra economía para siempre. Citibank estaba a punto de irse a pique. Había invertido mas de 1.000 millones de dólares para meterse en el creciente negocio de las tarjetas de crédito. Pero en ese momento, la inflación estaba por encima del interés que podía aplicar Citibank a sus clientes, al tener que aplicar la ley de usura del Estado de Nueva York. Esto hacía que el negocio no les saliera, para nada, rentable.
Por esos años, la economía de Dakota del Sur era un desastre, y su gobernador Bill Janklow tenía el reto de cambiar esa situación.
Cuando la gente de Citibank llamó a su puerta para ofrecerle una oportunidad de mejorar la economía de su estado, Janklow no se pudo resistir. En apenas unos días tenía a un grupo de ejecutivos de Nueva York en su despacho, planteándole que lanzara una nueva legislación que facilitara a Citibank mover su negocio de tarjetas de crédito a Dakota del Sur. Esto traería cientos de trabajos muy bien pagados al estado que sentarían la base de la reactivación de su economía.
Fue el propio Citibank quien redacto la nueva ley, que fue aceptada en literalmente 1 día. Y en poco tiempo más de 3,000 puestos bien pagados de Citibank aterrizaron en Dakota del Sur.
Janklow estaba contento por poder mejorar la economía de su estado, pero lo que no sabía es que había abierto la caja de Pandora. Al año siguiente Delaware aceptó una legislación similar haciendo que Delaware no se quedara con todos los puestos trabajos de este sector, y permitiendo a las empresas de tarjetas de crédito empezar a campar a sus anchas.
A día de hoy, solo en Estados Unidos, la deuda acumulada de las tarjetas de crédito asciende a los 930.000 millones de dólares, y hay segmentos de la población, como los más jóvenes, que se ven abocados a no poder pagar su deuda (casi un 10% de estos jóvenes son incapaces de devolver su deuda).
Esto ha supuesto un problema para casi toda una generación, que ha aprendido a comprar a crédito, sin suficiente formación financiera como para tomar mejores decisiones. Por suerte, desde el mundo startup y, mas concretamente, las fintech, están apareciendo nuevos modelos que permiten tener un mayor control del gasto de las tarjetas, tanto en el mercado del consumidor final como en el de la empresa.
Mucho tiene que cambiar el sector bancario, porque tal y como decía Henry Ford, “está bien que la gente no entienda nuestro sistema bancario y monetario, porque si lo hicieran, se alzaría una revolución antes de mañana por la mañana”.