Seguimos en Twitter a las personas que son nuestros referentes. Nos parecen brutales muchas de sus reflexiones, alabamos sus éxitos e incluso sus fracasos. En LinkedIn aplaudimos pensamientos distintos de lo habitual, y en Instagram seguimos las vidas de estas mismas personas. Casi todo lo que hacen nos parece bien. Incluso si se equivocan. ¿O acaso alguien no tiene derecho a equivocarse?
Pero cuando nos miramos a nosotros mismos la cosa cambia. Cuando entendemos que otra persona tenga un mal día y no sea productivo, a nosotros mismos nos damos caña por no haber cumplido con nuestra planificación del trabajo diario. Cuando recomendamos a otros que descansen, que es la mejor forma de cargar pilas y recargar, a nosotros nos auto-exigimos hasta el nivel del agotamiento. Las peculiaridades de otras personas nos parecen graciosas y que le imprimen carácter y personalidad, pero no nos dejamos pasar a nosotros mismos ninguna tontería sin un auto-reproche.
Por suerte, durante las últimas décadas, hemos ido aprendiendo a respetar más a los demás, y valorar todos sus logros. Ahora nos toca vivir unas décadas más introspectivas como sociedad, donde todo pase de centrarse en los demás a centrarse en nosotros mismos.
Debemos aprender a aceptarnos tal y como somos. Con nuestros puntos fuertes y rarezas. En definitiva, lo que nos hace excepcionales es también el germen de nuestras principales debilidades, es un equilibrio constante.
Necesitamos empezar a ser nuestros propios referentes. Olvidarnos de buscar la excelencia en otros, y empezar a entender que, aunque tengamos espacio de mejora, nosotros también hacemos muchas cosas bien. Que al igual que nosotros nos sentimos fracasados en algunos momentos, tenemos ese maldito «síndrome del impostor», muy seguramente esas personas que idolatramos también pasen momentos complicados como los nuestros, también se sientan débiles en momentos críticos, y desconfíen de sus propias capacidades.
No nos dejemos guiar por lo bonito que se ven las vidas desde fuera. No anhelemos lo superficial. Y empecemos a valorar más la vida que tenemos delante de nosotros.
Empecemos también a compartir lo malo, nuestros temores, nuestras cagadas. Humanicemos la propia vida, que parece haber tomado un cariz de película de Hollywood donde todo debe de ser perfecto. Pero la vida no es así. La vida es realmente desordenada, el caos hecho realidad.
Abracemos el caos, porque es lo que ha permitido la vida. Porque ese caos lleno de momentos complejos, es lo que también nos trae los momentos más magníficos que podemos vivir. Que los momentos malos nos sirvan para mantener los pies en la tierra pero no nos eviten soñar. Y que los momentos buenos sean la celebración del esfuerzo constante y un momento de respiro para seguir luchando.
Tus rarezas son lo que te hacen excepcional. Tus debilidades son, a su vez, los puntos fuertes que te harán destacar en otros momentos. Y recuerda que la vida es un continuo tropiezo, así que si aprendes a disfrutar mientras ruedas cayendo por una montaña, serás capaz de sacarle todo el partido a tu corta estancia por este tan apasionante mundo.
Permítete ser rarita o rarito. Permítete fallar. Permítete decir esa tontería que te sale sin pensar. Permítete un chiste malo de vez en cuando. Permítete ese comentario estúpido que luego te martiriza. Permítete no estar siempre pensando en cómo lo recibirán los demás. Permítete ser distinto. Permítete que no te importe. Permítetelo todo.